De Pirita al cielo: vivir en madera y en comunidad en Madrid
A veces, basta un instante para recordar por qué hacemos lo que hacemos. El otro día, mientras salía de Pirita tras una visita con una familia que estaba valorando mudarse allí, me quedé un momento parada en la puerta. El sol caía sobre la fachada y escuché risas que venían de la terraza comunitaria. Fue un momento sencillo, me recordó por qué hacemos lo que hacemos.
Porque construir Pirita no ha sido solo levantar un edificio. Ha sido acompañar a un grupo de personas que querían algo distinto: no solo un piso en Madrid, sino una forma de vivir más humana, más sostenible y más compartida.
Pirita ya está funcionando. Ya tiene vida. Y esa es, quizás, la mayor diferencia con otros proyectos que todavía están en fase de planos. Aquí, las bicicletas se amontonan en la entrada, las plantas trepan por los balcones, los vecinos se cruzan en la lavandería compartida y se saludan, se organizan comidas en la terraza con vistas al barrio mientras las placas solares generan la energía que consumen.
Este edificio ha demostrado que la madera no es solo un material bonito, sino una aliada para vivir mejor. Sus muros respiran, equilibran la humedad, aportan calidez y reducen la huella de carbono. Pero lo más bonito no es lo que se ve, sino lo que se siente: cada persona que entra comenta el olor a madera, la luz, la calma que se percibe. El otro día, un vecino me dijo: ‘No sabía que un edificio podía oler bien’.
Pirita ha sido también un aprendizaje en comunidad. Porque la arquitectura puede proponer espacios, pero son las personas quienes les dan sentido. Ver cómo el huerto en la terraza empieza a llenarse de vida, cómo se crean pequeños rituales en las zonas comunes, cómo se cuidan las plantas compartidas o se prestan herramientas en el taller comunitario, es un recordatorio de que otra forma de habitar la ciudad es posible.
Y no ha sido un camino fácil. Construir en madera en la ciudad, apostar por energía 100% renovable, priorizar materiales saludables, renunciar al gas y reducir consumos al mínimo requiere convicción y esfuerzo. Pero al ver cómo se encienden las luces en Pirita cada tarde, cómo se ocupan los espacios comunes y cómo se van conociendo quienes en otro lugar serían simples vecinos de escalera, sé que todo ha merecido la pena.
Para mí, Pirita representa una respuesta concreta a esas preguntas que siempre me acompañan: ¿Qué significa construir de verdad? ¿Cómo podemos crear espacios que no solo cuiden del planeta, sino también de las personas? ¿Cómo podemos hacer de la arquitectura una herramienta de transformación?
Construir no es solo levantar paredes. Es crear lugares que inviten a quedarse, a compartir, a respirar mejor, a vivir con más calma. Es proponer otro modelo de ciudad, donde la sostenibilidad deje de ser un eslogan y se convierta en algo que se ve y se toca cada día.
Pirita está ahí, demostrando que se puede. Que sí, que se puede vivir en un edificio de madera en Madrid, con consumo casi nulo, con espacios compartidos que se usan de verdad, con zonas verdes que no son un adorno, sino parte de la vida diaria. Y, sobre todo, que se puede vivir en comunidad sin renunciar a la intimidad, que se puede estar en la ciudad sin perder el contacto con lo esencial.
Cada vez que subo a la azotea de Pirita y veo el huerto crecer o a un grupo de vecinos compartiendo una cena mientras cae el sol, siento que algo cambia. Que la arquitectura, cuando se hace con honestidad, puede transformar o formas de vivir.
Y en el fondo, eso es lo que más me gusta de este trabajo: que cada proyecto que levantamos no es solo un edificio más, sino una oportunidad para abrir nuevas formas de habitar, de compartir, de construir un futuro donde el bienestar de las personas y del planeta vayan de la mano.
Pirita ya está funcionando. Y está viva. Y esa es, quizás, la mejor noticia que puedo compartirte hoy.